Hasta hace poco, ante las preguntas fundamentales sobre el ser humano, sobre su destino, sobre el sentido de su vida era fácil tener respuestas, porque la cultura que nos rodeaba nos las daba. Hoy nos
damos cuenta de que no es así. Todavía podemos pensar que todos damos como obvio que quienes nos rodean tienen claro qué es lo que se vive en la Navidad, como si siguiera siendo un patrimonio común de quienes
nos rodean: personas y estructuras. Pero no es así. De hecho, este presupuesto, -que todos tenemos claro el sentido de la Navidad- no
sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado, o convertido
en motivo de burla e indiferencia. Cuando nosotros crecimos era posible reconocer
un tejido cultural unitario, que sabía qué era la Navidad y el sentido de la Encarnación
de Cristo, sus consecuencias y riquezas, los valores que daba a nuestra vida personal
y social. Pero hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a
causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas, a causa de una profunda ignorancia del contenido de los eventos que celebramos. El problema es que una crisis de fe
que acaba siendo una profunda crisis de vida y del sentido de la misma.
Tenemos que volver a tomar conciencia de que si algo
necesita el mundo de hoy, nuestro entorno, nosotros mismos, es volver a encontrarnos
con Jesucristo, volver a redescubrir el camino de una fe capaz de iluminar de manera nuestro camino, es necesario abrillantar el sentido que da el encuentro con Cristo,
la amistad con el Hijo de Dios, el que nos da la vida, y la vida en plenitud, el
único que nos rescata del desierto.
Y esto no vale solo para nosotros que nos decimos cristianos. Esto vale también
muchas personas en nuestro contexto cultural, que, aunque no reconocen en ellos el
don de la fe, o la viven de modo parcial, buscan con sinceridad el sentido último
y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda sincera llevará a las personas
por el camino que conduce al misterio de Dios, porque cada ser humano lleva inscrita
la exigencia de encontrar «lo que vale y permanece siempre». Este anhelo de algo permanente empuja a ponerse en camino para encontrar a Aquel que nos llama desde su venida hace dos mil años en la gruta de Belén. Necesitamos una fe que cada año vuelva a invitarnos a abrirnos totalmente a este encuentro. Necesitamos una fe
que nos permita abrir los ojos a ese evento que transformó la historia humana.
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