El Adviento y la Navidad han
experimentado un incremento de su aspecto externo y festivo profano tal que, en los corazones "llenos" de tanto vacío surge una aspiración a un Adviento auténtico, pues la insuficiencia de ese
ánimo festivo por sí sólo para el corazón humano, así como la meta a la que tienden nuestras aspiraciones, se transforman en la búsqueda de un alimento fuerte y consistente para nuestra dimensión espiritual. Anhelamos un "alimento" sólido que buscamos detrás de las palabras FELIZ NAVIDAD, palabras piadosas con que nos
felicitamos las pascuas y que reflejan nuestros deseos interiores.
Si aprovechamos bien la palabra «Adviento» y partimos de que es la traducción de la palabra
griega parusía, que significa
«llegada», y en la antigüedad se usaba para designar la llegada de un rey, tenemos que el
Adviento significa la presencia Dios mismo. La palabra Adviento nos recuerda dos cosas:
- primero, que
la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, de una manera oculta;
- segundo, que
esa presencia de Dios está en proceso de crecimiento y maduración.
¿Cómo sucede esto? Su presencia ya ha comenzado, y
somos nosotros, los creyentes, quienes hemos de hacerlo presente en el mundo.
Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como él quiere hacer brillar la
luz continuamente en la noche del mundo.
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