En estos días con frecuencia aparece en nuestras bocas
el decir: tengo que… no estaría mal que nos preguntáramos que es lo que en verdad
tenemos que… y si eso que tenemos que… merece la pena. ¿Qué es lo que de verdad
tenemos que…? ¿Qué es lo que de verdad necesitamos?
Quizá para saber qué necesitamos no tenemos que mirar
tanto en nuestros closets o en nuestros espacios, sino mirar un poco más en nuestro
corazón. Cuando abrimos los periódicos, cuando nos quedamos solos en la noche, cuando
miramos a la gente que pasa a nuestro alrededor, cuando miramos nuestros espejos.
Cada uno de nosotros, al acercarse la Navidad, puede sentir de nuevo la necesidad
de acercarse a un pozo de agua fresca para saciar la sed causada por el caminar
en los desiertos diarios.
Lo que de verdad necesitamos es encontrar la alegría
del amor en medio de tanta tristeza por amores que nos decepcionan. Necesitamos
hallar una respuesta que dé sentido al drama del sufrimiento y el dolor no solo
de la humanidad en general, sino de mis vivencias cotidianas. Necesitamos ver de
dónde sacamos la fuerza del perdón ante las ofensas recibidas y de donde sacamos
la fuerza para no ser nosotros mismos generadores de ofensas a los demás, o a nuestra
propia vida. Necesitamos tener la certeza de que, en el transcurrir de la vida, no
nos dirigimos hacia un vacío, sino necesitamos poseer la seguridad de que todo, en algún sitio, tiene la plenitud que aquí no hallamos. El lugar donde encontramos lo que buscamos no tiene ubicación geográfica. Es una
persona, la persona de Jesús, quien, en el misterio de su Encarnación, de su hacerse
hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana, transforma nuestra búsqueda
en encuentro, encuentro personal, encuentro de paz, encuentro que transforma.
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