domingo, 30 de diciembre de 2012

Navidad...SECRETOS PARA CRECER EN NAZARET



Las palabras con las que termina el Evangelio de la misa de hoy, dia de la Sagrada Familia, describen brevemente lo que hizo Jesús en el hogar de José y María: "Jesús crecía". En su familia Jesús crece: primero en las entrañas de María, luego en la oscuridad de Belén, después en la normalidad de Nazaret. La Sagrada Familia es el ámbito en que Jesús se desarrolla en sabiduría y gracia, el ámbito donde Jesús desarrolla todos sus dones humanos y todos sus dones divinos. La experiencia de la familia de Nazaret es de una plena compenetración con la vida humana. Así, en ella, Jesús aprendió las palabras de los hombres, las relaciones familiares, la experiencia de la amistad y de la conflictividad, de la salud y de la enfermedad, de la alegría y del dolor. La familia de Jesús hace que cada cosa que se vive, pueda convertirse en un lenguaje con el cual Dios habla y en el cual a Dios se le escucha. Es en la sencillez de Belén y Nazaret donde se produce el don del amor mismo de Dios, es en la vida sencilla de José y María donde Jesús aprende a descubrir el rostro paterno de Dios. Jesús, como palabra de Dios, nos hablará en esas realidades que el mismo había vivido antes. El evangelio muestra paso a paso, como Jesús, la Palabra que viene de lo alto, el Hijo del Padre, asume nuestra humanidad: se hace niño, crece como un muchacho en una familia, vive la experiencia de la religiosidad y de la ley, participa en la vida cotidiana marcada por los días de trabajo, el descanso del sábado, el calendario de las fiestas. Jesús vive en una familia marcada por la espiritualidad judía de fidelidad a la ley, que se convertirá en el marco de referencia de su encuentro con Dios durante toda su vida. Jesús vive en una familia marcada por la espiritualidad judía de fidelidad a la ley, que se convertirá en el marco de referencia de encuentro con Dios durante toda su vida.Desde el principio, tendrá que experimentar el misterio del rechazo por parte de los seres humanos y aprender a ser humano tocando nuestra miseria. El estilo de la familia de Nazaret es no dejar de lado la realidad de la vida, con su cara no siempre agradable, pero, enfrentada al mismo tiempo, con una profunda confianza en Dios, rasgo que, por otro lado, caracteriza de modo especial tanto a José y a María como a los personajes que aparecen en su entorno: los pastores, los sabios de oriente, Simeón y Ana que lo encuentran en el templo. 
Jesús no crece en el poder y en la riqueza, en la abundancia y en el aplauso. El «hijo del Altísimo» hace la experiencia de la fragilidad y de la pobreza, rasgos normales de la vida de Israel en su época, pues el estilo de la familia de Nazaret es el de la humildad y el ocultamiento, es decir, el estilo de la mayoría de los seres humanos. La familia de Jesús vive su estilo propio en su contexto histórico concreto, sufre las vicisitudes económicas, políticas, sociales de la época en la que se encuentra. Jesús vive a fondo su realidad histórica. Nada nos hace ver que la familia de Nazaret se excluya de su ambiente, y, al mismo tiempo, nos queda claro que la familia de Nazaret vive su identidad propia en medio de ese ambiente. Eso hace especialmente sagrada a la familia de Jesús.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Navidad...LA IMPORTANCIA DE LO "NO IMPORTANTE"



Los días sencillos de la Navidad nos permiten contemplar que el estilo de vida de la Sagrada Familia no tiene nada de extraordinario en medio de la vida diaria. Jesús viene al mundo, pero no lo hace de modo llamativo, sino en el silencio, en la total inmersión en la vida cotidiana de una familia judía del siglo primero de nuestra era. Podríamos decir que no son José y María los que cambian su estilo, sino que es el hijo de Dios quien se adapta al estilo de sus padres en la tierra. La familia de Nazaret es, por lo tanto, una familia que vive en medio de su tiempo y cultura. Es interesante que el plan de Dios sea hacer que Jesús atraviese todas las experiencias normales de un ser humano, en su nacimiento, en su infancia, en su juventud… en todo igual a nosotros, menos en el pecado. El se hace uno de nosotros, entra en una familia humana, vive treinta años de normalidad sencilla ante los hombres, que no notan nada raro en el hijo de la familia de José y María, convirtiéndose así en un testimonio de lo importante de lo “no importante” en la vida de la Sagrada Familia. Jesús vive muchas de las experiencias humanas normales para santificar toda la vida de la familia humana. 

viernes, 28 de diciembre de 2012

Navidad... RECIBIR Y COMPARTIR UN ESTILO DE VIDA







En estas fechas, vemos como la familia de Jesús, la Sagrada Familia, tal y como se nos muestra en la Sagrada Escritura, tiene un estilo propio de ser. Incluso la recurrencia de la liturgia de hoy, dedicada a la memoria de los santos inocentes, nos permite ver que, en la familia de Jesús, todo brota de la capacidad de recibir y compartir con el otro. La Sagrada Familia tiene su origen de la Sagrada Familia en la venida de Jesús al mundo, a través de la capacidad de recibir, de acoger, que tienen José y María. Así lo manifiestan las palabras que dice María ante el anuncio del ángel: “hágase en mí”. También, una actitud semejante brota de las palabras del parte de Dios, que escuchará José ante sus dudas para recibir a María como esposa: “no tengas miedo de recibir a María”. Las circunstancias que acompañan la muerte de los inocentes, nos mostraran que José sigue siendo un hombre que  no deja de escuchar lo que Dios indica en todos los momentos de la vida. Y posteriormente, ese será el estilo de la vida en Belén y en Nazaret como nos lo narra San Lucas: ver lo que sucede y guardarlo en el propio corazón. Sin embargo esta actitud receptiva no implica pasividad, pues la familia de Jesús es una familia que comparte todo: Jesús comparte con ellos su divinidad significada en el nombre de Emmanuel (Dios con nosotros), comparte con ellos la misión que el Padre le ha encomendado, lo que hará que José y María tengan que modificar sus planes en torno a la voluntad de Dios. El matrimonio virginal, la ida a Belén, la huida a Egipto, el regreso a Nazaret… son momentos que nos hablan de una familia que va al ritmo de Dios en su vida. De este modo, no solo José comparte con María y Jesús su condición de descendiente de David y su vida sencilla y justa, no sólo María comparte con José y Jesús su corazón generoso y disponible, también Jesús comparte con José y María la misión que él ha recibido, la misión de amor y la misión de ponerse al servicio de la salvación de los hombres. Una misión llena de misterio que, como hoy recordamos, alcanza también a los niños que fueron muertos en Belén por la crueldad de Herodes.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Navidad... UNA FAMILIA ANTE NUESTROS OJOS



Tras los intensos días del tiempo de Adviento y Navidad, podemos quedarnos como sin saber qué hacer, pues todas estas semanas se ha vivido un tiempo que marca fuertemente los estilos de la vida de las familias. Aunque cada familia tiene una forma de celebrar estas fiestas, también es cierto que nuestra sociedad indica lo que hay que hacer en estos días hasta el punto de que no sea raro que las familias se vean como obligadas a asumir unos estilos de vida que originalmente quizá no hubieran querido tenerse. El materialismo, el consumismo, el stress, la exageración, parecen que se nos han impuesto en todo. Sin embargo, la especie de vacío que se produce a partir del día 26 de diciembre es solo un síntoma de cómo, a lo largo del año, la obligatoriedad de ciertos estilos sociales es un problema que se hace presente en lo cotidiano. Porque cuántas decisiones toma una familia en contra de sus valores y convicciones. Qué gran presión tienen los jóvenes, los esposos, los padres, a la hora de afrontar el modo cotidiano de comportarse. Por eso, tras vivir la Navidad, puede ser un buen momento para que la familia se atreva a preguntarse si el estilo de vida que tiene es el que quiere o el que se le impone. Hoy son muchos los estilos de vida que intentan sobreponerse a los valores familiares y a veces podemos perdernos a la hora de decidir las opciones que tomamos en la familia. Los días posteriores a la Navidad nos ponen delante de los ojos un marco de referencia, el marco de referencia de la familia de Nazaret, que vamos contemplando en sus decisiones y líneas de comportamiento. Casi podríamos decir que desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero, son casi tres semanas en las que tenemos ante nosotros el modelo de la familia que Dios quiso elegir para vivir entre nosotros. Una familia que vivió en un ambiente en el que tuvo que descubrir cómo debía ser para ser fiel a sí misma y, de este modo, ser fiel al querer de Dios. Contemplar el estilo de la Sagrada Familia no es solamente una romántica perspectiva para este tiempo de fin de año, sino que se debería convertir un prototipo del modo en que podemos desarrollar la vida familiar cotidiana.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Navidad... MIRANDO EL NACIMIENTO








Al contemplar el nacimiento, cuando se han recorrido las diversas figuras, puede surgir una pregunta, al detener los ojos en la imagen que representa al Niño Jesús: ¿Quién es este Dios que viene? En el momento histórico en que sucedieron los hechos que vemos en los nacimientos, la visión de los horrores y las contradicciones del mundo infundían en los hombres y mujeres de la época precristiana el temor de que Dios no fuera bueno del todo, sino que resultase ser alguien cruel y arbitrario, como lo narraban los mitos que pululaban en las religiones del tiempo. Sin embargo, la Navidad representada en el Nacimiento, nos deja ver que el Dios que se nos muestra en Jesús es un Dios que es pura bondad. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre» nos dice la Escritura: ésta es una nueva y consoladora certidumbre que se nos da en Navidad. Pudiera ser que, al igual que los hombres del tiempo de Jesús, también bastantes de nuestros contemporáneos, muchas veces incapaces de reconocer al Dios que se manifiesta en la fe cristiana, se pregunten si el último poder que funda y sostiene el mundo es verdaderamente bueno, o si ,acaso, el mal no será tan potente y fundamental como lo es el bien y lo bello, que encontramos en tantos lugares y experiencias de nuestro cosmos. 
El Dios que se muestra en Belén es el que nos ha hecho saber que él es una Trinidad en la que las relaciones de Amor son personas en la unidad de la naturaleza divina y que nos participan de su Amor Eterno: el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia desde el interior de los corazones humanos, a través de los siglos, en la espera del retorno glorioso del Señor. En la Navidad encontramos la ternura y el amor de Dios que, inclinándose hasta nuestros límites, hasta nuestras debilidades, hasta nuestros pecados, se hace uno de nosotros. En la cueva de Belén, Dios se abaja hasta ser recostado en un pesebre para mostrarnos la inmensidad de su historia de amor entre Él y nosotros.

martes, 25 de diciembre de 2012

Navidad...ENCONTRAR A DIOS UN DIA COMO HOY


Cada Navidad volvemos a vivir el primer encuentro de los seres humanos con Cristo que sucedió en Belén. Ahí es donde Jesús aparece. Casi podríamos decir que esta aparición y este encuentro son la esencia de la Navidad. En Belén, el Dios escondido de la creación sale, por así decir, de su dimensión inaccesible y viene entre nosotros. En Belén, se nos muestra Dios. Los seres humanos habíamos buscado a Dios en medio de muchas imágenes, algunas tomadas de la naturaleza, otras tomadas de nuestras carencias. Habíamos creado imágenes humanas de Dios. Pero, en Belén, lo que sucede es que Dios mismo es el que viene. Ya no es sólo una idea, o algo que se ha de intuir a partir de las palabras. Él «ha aparecido» para que encuentre su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. El Dios poderoso se nos muestra como el que nos ama y mediante el cual el amor vencerá. ¿Quién se aparece? Es un niño. Por lo menos eso es lo que ven nuestros ojos. Pero, al mismo tiempo, este niño es el Hijo de Dios. Este niño no es un niño cualquiera, como dice el profeta Isaías «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites» (Is 9,5s). Un niño, en toda su debilidad, es Dios poderoso. Un niño, en toda su indigencia y dependencia, nos da la paz «sin límites». Dios se nos manifiesta y lo hace como niño. Por ello, la Navidad no es un simple aniversario del nacimiento de Jesús, sino la celebración de un Misterio que ha marcado y sigue marcando la historia del hombre —Dios mismo vino a habitar entre nosotros (cf. Jn 1, 14), se hizo uno de nosotros—; un Misterio que afecta a nuestra fe y a nuestra existencia. La celebración de la Navidad nos renueva la certeza de que Dios está realmente presente con nosotros. 
Cada Navidad vuelve a hacer presente lo que decimos en el credo de la misa: “Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajo del cielo. Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María Virgen y se hizo hombre”. Jesús es el Hijo de Dios, es Dios mismo, que no sólo ha hablado al hombre, le ha mostrado signos admirables, o le ha guiado a lo largo de toda la historia de la salvación, sino que Dios, en Jesús, también se hizo hombre, y sigue siendo hombre. El Eterno entró en los límites del tiempo y del espacio, para hacer posible «un dia como hoy» el encuentro con él. En ese Niño nacido en Belén, Dios se ha acercado al hombre: nosotros lo podemos encontrar en un «un día como hoy» que no tiene ocaso.

lunes, 24 de diciembre de 2012

NOCHEBUENA, OJOS ABIERTOS Y PIES LIGEROS



Cada Navidad repetimos los mismos ritos y eso puede producir dos efectos, o la superficialidad de quien cumple por cumplir, o la profundidad que descubre algo importante detrás de ese rito. Y también cabe la tentación de querer ser espectacular. ¿Qué es lo que de nuevo podemos decir en esta cena? ¿No se nos ha dicho todo o casi todo? Las palabras de felicitación que nos digamos esta noche no tienen porqué ser complejas. Al contrario, tienen que ser muy sencillas. Porque todo fue sencillo en Belén, donde lo importante solo podía ser percibido por los ojos de alguien que quería mirar más allá de lo que se veía a primera vista, pues lo que se veía en principio no llamaría la atención de nadie. Sin embargo detrás de eso que era cotidiano, un nacimiento de un bebé como cualquier otro, estaba sucediendo lo más importante: el inicio de la presencia del Hijo de Dios entre nosotros. Pero incluso esto puede ser banalizado a un sonido de silabas que ya no cargan contenido. 
Hay vendas que impiden ver al niño nacido en belén como el hijo de Dios, vendas que también pueden estar en nuestros ojos. Los personajes de la primera Navidad se ponen o se quitan vendas. Mientras Herodes y los ancianos de Israel se las ponen y se hacen incapaces de ver la novedad que les trae el nacimiento de Jesús, los pastores y los magos se quitan las vendas, los pastores las vendas de la indignidad, de la impureza legal que les hacían no ser dignos de llegar a la cueva del hijo de Dios, los magos la venda del racionalismo, de hacer todo por propias fuerzas, para aceptar con sencillez el misterioso camino de Dios sobre sus vidas. Cada uno de nosotros tiene que aceptar la felicidad que Dios nos propone, la felicidad de que no está en nuestras miserias como los pastores, ni en nuestras capacidades como los magos, sino en el don nuevo, que solo se puede aceptar con un corazón nuevo. Los pastores tienen que abrir su corazón a una buena nueva, los magos tienen que abrir sus ojos a una luz nueva. Si quieren quedarse en sus fuegos, los pastores nunca llegaran a Belén. Si quieren quedarse en sus conocimientos, los magos nunca encontrarán al niño. La felicidad de la Navidad consiste para todos los que la experimentan en salir: José y María hacia Belén, los pastores y los magos hacia la cueva, y Dios hacia nosotros. 
Hoy mucha gente se desea feliz Navidad pero no está dispuesta a salir, a moverse. Hoy mucha gente no tiene feliz Navidad porque nadie se ha movido: los pobres, los enfermos, los moribundos, los desempleados, los que sufren la guerra o el hambre, los que tienen el corazón lleno de decepción o de amargura. Quiero desearles una feliz Navidad. Una feliz Navidad al estilo del evangelio. Una Navidad sin vendas en el corazón. Una Navidad en movimiento hacia el que nos llama en la cueva de Belén. Como dice Benedicto XVI: Es verdad que no podríamos amar si antes no hubiésemos sido amados por Dios. La gracia de Dios siempre nos precede, nos abraza y nos sustenta. Pero sigue siendo también verdad que el hombre está llamado a participar en este amor, y que no es un simple instrumento de la omnipotencia de Dios, sin voluntad propia; puede amar en comunión con el amor de Dios, o también rechazar este amor. Que seamos felices en Navidad tomando siempre el primer camino: el de los ojos abiertos y los pies ligeros.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Adviento... DOS MUJERES, CUATRO REGALOS




Hoy es el último domingo antes de Navidad. El evangelio nos regala el encuentro de María a su prima Isabel, la anciana embarazada que saluda a María con estas palabras: Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. María no va solo de visita. María se acerca a una persona necesitada de ayuda para acompañarla. El Hijo de Dios que lleva en su seno le inspira la disponibilidad al otro ¿Qué es lo que nos deja haber estado cerca de Jesús en este Adviento? ¿Qué regalos nos quedan en el corazón? 
Un regalo puede ser experimentar una plenitud que aparta de nosotros el vacío del sin sentido de la vida. El Adviento nos ha debido enseñar que una cosa es estar llenos y otra estar hinchados. La diferencia es quién nos llena. Si es el afán de tener, de imponernos a los demás, de disfrutar sin orden, el alma se inflama. Si es el Espíritu Santo (como le pasó a Isabel), la bondad de corazón, el orden en el uso de las cosas, la caridad sencilla, entonces, el alma se encuentra plena.
Otro regalo de este Adviento puede ser la capacidad de reconocer las bendiciones. Quien tiene a Cristo en su corazón se convierte en bendición para los demás, porque ayuda a encontrar el camino verdadero, a llenar de luz las noches, a dar fortaleza en las dificultades, a sembrar perdón donde hay rencor y odio y a reconocer las bendiciones de Dios en tantas cosas que nos rodean.
Un tercer regalo,  que nos manifiesta la exclamación de Isabel, es la humildad, que nace del reconocimiento de que hay un SEÑOR en mi vida y que, por ello, mi vida no es esclava. Mi vida es libre, porque tiene un SEÑOR, que no es lejano, que nunca me abandona. Esta humildad es propia del alma sencilla, libre de los humos del egoísmo, de la vanidad, de la pereza, llena de caridad, generosidad y sencillez ante el camino que Dios pone en su vida.
Finalmente el cuarto regalo es la felicidad, la verdadera felicidad, que no nace de las muchas cosas que amontonamos para pasar una FELIZ NAVIDAD. La felicidad nace de la fe, porque está unida a las certezas interiores. Hay “seguridades” que al final nos dejan hastiados y defraudados, o sea infelices. Pero quien, como María e Isabel en el evangelio de este domingo, envuelve de fe en Dios su familia, su matrimonio, su relación con los demás, con las cosas materiales, con la salud, con el futuro, tendrá por cierto que aunque no se verá libre de dificultades, en todas ellas sabrá encontrar el camino de una felicidad que brilla luminosa en medio de las noches de la existencia.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Adviento...UN NACIMIENTO QUE "DA VIDA"



Cada vez que vemos un nacimiento, nos podemos quedar en la lindura de las figurillas que lo componen, o en la anécdota de este o de aquel personaje. El Papa San Sixto III, en el siglo V d.C. celebraba la Navidad con representaciones del nacimiento de Cristo en una gruta semejante a la de Belén, que él mismo había mandado construir en una Iglesia. Sin embargo, se considera a San Francisco de Asís como el creador de los nacimientos. En 1223, San Francisco quiso celebrar una “Noche Buena” en la que se reviviera el recuerdo de Jesús nacido en Belén. Para que todos pudieran comprender mejor las condiciones en las que sucedió, puso un Nacimiento en Greccio con personas y animales vivos. Con el paso del tiempo, se sustituyeron las personas y animales con figuras de madera o de barro. Esta tradición fue acogida con gran cariño y se ha extendido gracias a los franciscanos por todo el mundo desde el siglo XVI. 
El nacimiento con sus figuras es un ejemplo lo que implica la venida de Jesús. Después de haberse encontrado con el Niño Dios, todos tienen que regresar a su vida cotidiana. José y María tuvieron que cuidar del niño y hacer su vida cotidiana, los pastores debieron volver a sus rebaños, los magos tomaron camino de nuevo hacia sus tierras. Sin embargo, aunque todo seguía igual, algo había cambiado. Todos los personajes que están alrededor del niño en el nacimiento,  siguen su vida con un contenido nuevo. Nada cambia y todo cambia cuando se ha hecho un encuentro vivo con Jesús. Cambia el interior, cambia el sentido de la vida, y el testimonio que se debe dar.  La coherencia, que no significa la perfección sino la lucha diaria, es el fruto del encuentro con una persona nueva que ha venido a dar un sentido más rico a nuestra vida. 
Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí, desde el portal de Belén, a los hombres de cada generación, a un compromiso más convencido, en favor de acciones que permitan a sus contemporáneos redescubrir la alegría de creer y de volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. Este compromiso saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor divino que tenemos por cierto que nunca puede faltar. En la vida diaria podemos hacer presente la experiencia de Jesús que nos ensancha el corazón por la esperanza y nos impulsa a dar testimonio fecundo. Este testimonio, sobre todo, ha de hacerse congruencia, acción y presencia. Congruencia, en el esfuerzo por hacer mas auténtica la identidad entre nuestros valores, nuestra fe, nuestro amor y nuestra vida. Acción, buscando los modos en que podemos extender el reino de amor que Jesús vino a traer en Belén, con obras concretas que mejoren nuestro entorno. Presencia, procurando participar con una vida más dinámica en la Iglesia, en la sociedad y en nuestras familias, para que la ley que nos rige no sea nuestra omisión, sino la participación, que nace del amor recibido.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Adviento... UN ARBOL QUE "AMA"



El árbol de Navidad es el símbolo de la vida que no muere en medio del invierno. Los antiguos germanos creían que el mundo y todos los astros estaban sostenidos de las ramas de un árbol gigantesco llamado el “divino Idrasil” o el “dios Odín”. En cada solsticio de invierno, le rendían un culto especial. La celebración consistía en adornar un encino con antorchas que representaban a las estrellas, la luna y el sol. En torno a este árbol, bailaban y cantaban adorando a su dios. San Bonifacio, evangelizador de Alemania, derribó el árbol que representaba al dios Odín, y en el mismo lugar plantó un pino, símbolo del amor perenne de Dios y lo adornó con manzanas y velas, dándole un simbolismo cristiano: las manzanas representaban las tentaciones y los pecados de los hombres; las velas representaban a Cristo, luz del mundo y la gracia que reciben los que aceptan a Jesús como Salvador. El árbol de la Navidad se nos presenta cargado de esferas, como símbolos de los frutos que vida de Dios viene a dar a cada ser humano. La tradición fue evolucionando: se cambiaron las manzanas por esferas y las velas por focos. Esas esferas nos recuerdan que los frutos de la vida provienen del amor de Dios, un amor que tiene que hacerse real también en nuestras vidas. Cada uno de nosotros tiene que poner en práctica el amor que se ha recibido. 
En la punta del árbol de navidad se pone una estrella, lo que representa la fe en Cristo que debe guiar nuestras vidas. También se adorna con figuras que representan las buenas acciones y sacrificios, los “regalos” que le daremos a Jesús en la Navidad. Todo esto es señal de un amor que tiene que envolver todo el árbol. Así es el amor. Envuelve todo e ilumina todo. Porque la fe sin la caridad, no da fruto, y la caridad, sin fe, sería un sentimiento vago que se vería constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En este tiempo del año y durante toda la vida, la caridad tiene que vivirse de modo especial con quien está solo, marginado o excluido, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo que nos invita a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros, por medio de nuestra solidaridad que lo socorre cada vez que el Hijo de Dios se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. 

jueves, 20 de diciembre de 2012

Adviento... UNA LUZ QUE "CAMINA"



El Adviento y la Navidad de este año no pueden quedar sin consecuencias. Tienen que producir en nosotros algo nuevo, algo que nos cambie, que nos haga mejores. No podemos dejar que la luz que vemos brillar ante nosotros en cada calle por la que pasamos, se apague sin ninguna consecuencia. Atravesar la puerta del Adviento y de la Navidad supone emprender un camino que alcance lo concreto de nuestra vida. Por eso, para ser diferente, por para empezar a caminar en una diferencia, propongo que tengamos: una corona para nuestra fe. Porque la corona de Adviento va iluminando poco a poco los días previos a la Navidad. Las velas que se iluminan progresivamente sostenidas por una rama verde, nos recuerdan que la fe tiene que ir iluminando nuestra existencia. La luz de la fe en la corona no es un conjunto de dogmas, es una luz que destruye poco las tinieblas que nos rodean a nosotros y a los que amamos.Las velas de la corona van dirigiéndonos poco a poco hacia el evento que la fe ilumina: la presencia de Jesús entre nosotros. Si dejamos entrar la luz de la corona en el corazón, nos convierte en signos vivos de la presencia de Jesús nacido en Belén en medio del mundo.
Es importante darnos cuenta que de nada sirve tener las velas si no las prendemos. La corona nos recuerda que nadie debe hacerse perezoso en la fe, asi como las velas "caminan" también nosotros debemos ir hacia adelante en la vida. La luz que nace de las velas es una compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros, nos hace capaces de percibir mejor lo que se nos pide en la historia que vivimos cada día.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Adviento... 4o. Movimiento: pase Ud., SEÑOR JESUS


La alegría es el preludio del encuentro, como a quien se le iluminan los ojos cuando está a punto de abrazar a alguien que ama profundamente. Esta alegría es segura cuando llega a su meta: la meta de la alegría del Adviento es el encuentro con Jesús en la Navidad, es recibir a Jesús, hacerlo parte de la vida diaria para que nos llene de su paz. 

La Navidad no es un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad, que busca la paz verdadera, la que proviene de abrir de par en par las puertas de la propia vida a Jesús, para acogerlo y ponernos en sus manos, aunque a veces no lo entendamos plenamente, confiando en su sabiduría y bondad. En esta Navidad necesitamos recibir a Jesús.

Necesitamos recibir a Jesús porque necesitamos poner nuestra vida en las manos de alguien más grande y más fuerte. Jesús es la mano que Dios ha tendido a la humanidad, para hacerla salir de las arenas movedizas del pecado y ponerla en pie sobre la roca, la roca firme de su verdad y de su amor. Necesitamos recibir a Jesús para salvarnos del mal profundo arraigado en el hombre y en la historia que es la separación de Dios, el orgullo presuntuoso de actuar solamente por nosotros mismos. Necesitamos recibir a Jesús para tener la certeza de que junto a nosotros camina un Dios lleno de un amor tan fuerte por nosotros, que no puede permanecer en sí mismo, que sale de sí mismo y viene entre nosotros, compartiendo nuestra condición hasta el final. Necesitamos recibir a Jesús para experimentar la solidaridad de un Dios que es amor y que asume la vida del amor, que es sin duda la más larga, pero es la que nos respeta y nos ofrece la reconciliación, el diálogo y la colaboración. 



martes, 18 de diciembre de 2012

Adviento... Paciencia y fortaleza: corazón de José



La figura de San José en Navidad se nos hace a veces pasiva. Pero un poco de cercanía permite ver, en el padre legal de Jesús, dos virtudes que están muy dentro del corazón del adviento: la paciencia y la fortaleza. Precisamente para nuestros tiempos estas dos virtudes, que nos muestra José y que pertenecían al bagaje normal de nuestros mayores, son especialmente importantes. Da la impresión de que hoy se deja de lado el valor de la constancia y de la paciencia, poco populares en un mundo que exalta el cambio y la búsqueda de situaciones siempre nuevas y distintas. Los episodios del evangelio en adviento nos invitan a imitar en San José la tenacidad interior y la resistencia del alma, para no desconfiar en la espera de un bien que puede tardar en venir, sino incluso más bien, preparar su venida con seguridad activa. El modo en que José acompaña a María en su embarazo, la forma en que cuida de la familia, su actitud ante las dificultades nos lo dejan ver con claridad. José, ante los eventos que tiene que vivir, no es fatalista, sino que une de modo equilibrado la fe y las propias capacidades, su cumplimiento del trabajo que le toca y la confianza en la Providencia, puesto que algunas cosas fundamentales no están en sus manos, sino en manos de Dios. La paciencia y la constancia son la síntesis entre el empeño humano y la confianza en Dios. 

José une la fortaleza a la paciencia, pero ¿cómo podemos fortalecer nuestros corazones, que ya de por sí son frágiles y que resultan todavía más inestables a causa de la cultura en la que estamos sumergidos? La ayuda no nos falta: la encontramos en la certeza en el amor y la presencia de Dios. De hecho, mientras todo pasa y cambia, sabemos que la cercanía del Señor no pasa. Si las vicisitudes de la vida hacen que nos sintamos perdidos y que parezca derrumbarse toda certeza, contamos con una brújula para encontrar la orientación, un ancla para no ir a la deriva. Como José de Nazaret, que basa su seguridad, en medio de las oscuridades de la vida, en la palabra que Dios le dirige. Ahí es donde encuentra su alegría y su fuerza. Mientras los seres humanos buscamos a menudo la felicidad por caminos que acaban resultando equivocados, San José se cimenta en una esperanza que no falla porque tiene su fundamento en la fidelidad de Dios. Ver a San José en Adviento nos permite redescubrir y alimentar estas certezas.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Adviento... El hombre de la casa: José de Nazaret


San José es una de las figuras mas importantes de este tiempo y al mismo tiempo una de las menos reconocidas. Precisamente en estos días leeremos el evangelio de san Mateo que nos narra cómo sucedió el nacimiento de Jesús situándose desde el punto de vista de san José. Él era el prometido de María, la cual «antes de empezar a convivir con él, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18). La duda de José, su miedo y, al mismo tiempo, su valiente decisión de quedar él en mala posición para que María no sufriera ningún daño, nos habla de la altura moral de un hombre, que une la dignidad y la santidad, la  nobleza y la obediencia a la voluntad de Dios. Por eso el evangelio nos presenta a San José como el hombre «justo» (Mt 1, 19), fiel a la ley de Dios, disponible a cumplir su voluntad. José entra en el misterio de la Encarnación después de que un ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le anuncia: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21). 
La apertura a la voz de Dios en el corazón se convierte en el secreto que permite a José seguir adelante, y, por ello, abandonando el pensamiento de repudiar en secreto a María, la toma consigo, pues ahora sus ojos ven en ella la obra de Dios, y, a pesar de haber experimentado una fuerte turbación, José actúa «como le había ordenado el ángel del Señor», seguro de hacer lo que debía. Del mismo modo, José se inserta en el camino de Dios sobre su Hijo cuando le pone al niño el nombre de Jesús "como había dicho el ángel", nombre que es una misión (YESHUA: YAHVEH SALVA) de salvación del mundo. José será el custodio del signo que Dios deja en el cuerpo de María, su virginidad intacta, y de la presencia en nuestro mundo del mismo Hijos de Dios, custodiando la vida terrena del Mesías de las amenazas de Herodes. El Adviento nos invita a venerar, al padre legal de Jesús, porque en él se perfila el hombre nuevo, que mira con fe y valentía al futuro, no sigue su propio proyecto, sino que se confía totalmente a la infinita misericordia de Aquel que realiza las profecías y abre el tiempo de la salvación.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Adviento... Y tú ¿de qué te ríes?



Hoy celebramos el domingo al que se le da el título de Gaudete, o sea, alégrense. Esto es debido a que la antífona de entrada de la misa, recoge una llamada del apóstol san Pablo a la alegría por la ya cercana presencia del Señor. Y es que La alegría es fundamental en el cristianismo, que es por esencia buena nueva (eso significa la palabra EVANGELIO). Ciertamente, la alegría que viene de Cristo no es tan fácil de ver como el placer superficial que nace de cualquier diversión, por eso a veces nuestra sociedad se aleja de Jesús en nombre de la alegría, porque piensa que el cristianismo hace triste al hombre, y en eso se equivoca. Hoy más que nunca necesitamos de la verdadera alegría, la que se nos da en Jesús, que es el fundamento de todas las demás alegrías. Esta alegría nace de la certeza de ser amados por el Señor, como dice hoy el profeta Sofonías (El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti. Él se goza y se complace en ti; Él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta). Toda alegría que se aleja de la experiencia de Dios en el corazón acaba por no satisfacer y más cuando la “alegría” se da contra la presencia de Dios. Las falsas alegría arrastran al ser humano a un remolino que no deja sino frustración, desencanto, desesperanza. Nuestras alegrías no serán auténticas mientras se apoyen en cosas que pueden ser arrebatadas y destruidas, mientras no se fundamenten en algo, o mejor en Alguien, que dé hondura y sentido a nuestra existencia. 
A veces esta presencia de Dios, que llena de alegría, está oculta en nosotros, más por ignorancia o fragilidad que por maldad. El Adviento y la Navidad nos recuerdan que la verdadera alegría no llega hasta que no la trae Cristo, pues, antes de su llegada, el mundo es esclavo de las tinieblas que a veces nacen del propio corazón. Acercarse a Jesús es experimentarlo como luz y alegría del mundo. El evangelio de este tercer domingo nos presenta a Juan Bautista dándonos algunas pautas para este cambio de corazón: primero, ser solidarios con los demás ( Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo), segundo, no aprovecharnos de los que dependen de nosotros de algún modo (No cobren más de lo establecido, No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario) tercero, hacer ver que la venida de Cristo es la certeza del triunfo del bien (El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue). Cuando nos disponemos a recorrer un camino de conversión y de sincera búsqueda en nuestro interior, acabamos aprendiendo que no hay alegría más luminosa para el ser humano que la que encontramos visible en Jesús, nacido en Belén. El anuncio de alegría del Adviento nos señala que el mundo no es solamente un conjunto de penas y dolores, sino que toda la angustia del mundo está dominada y superada por la benevolencia, el perdón y la salvación de Dios. Quien celebre así el Adviento podrá hablar con todo derecho de la “Feliz Navidad”. Quien recorra el camino hacia Belén conocerá cómo las felicitaciones navideñas que intercambiamos estos días pueden ser autenticas y no un simple sentimiento de los que celebran estas fiestas simplemente como una especie de carnaval.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Adviento...3er movimiento: tiempo de alegría



La alegría es el fruto de la paz del corazón. Y la paz del corazón solo es posible cuando el ser humano tiene la certeza de estar siendo más fuerte que las propias debilidades. La alegría no nace de la ausencia de problemas: la alegría verdadera que vemos en la familia de Jesús, en los pastores, proviene del amor mutuo, de la ayuda reciproca y sobre todo de la certeza de que en su historia está la obra Dios, que se ha hecho presente en el niño Jesús. 
La verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero. La verdadera alegría no es fruto del divertirse, entendido en el sentido etimológico de la palabra "di-vertere", es decir, desentenderse de los compromisos de la vida y de sus responsabilidades. La verdadera alegría está vinculada a algo muy profundo. La alegría verdadera está vinculada a la relación con Dios, es, por tanto, un don que nace del encuentro con la persona viva de Jesús, de la disposición a hacerle espacio en nosotros. 
La verdadera alegría consiste en sentir que el misterio del amor de Dios, esta presente y da plenitud a nuestra existencia personal y comunitaria.  Quien ha encontrado a Cristo en su propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación le pueden quitar. Para alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino sobre todo, amor y verdad: necesitamos al Dios cercano que calienta nuestro corazón y responde a nuestros anhelos más profundos. El Niño, que ponemos en el portal o en la cueva, es el centro de la alegría porque es el corazón del mundo.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Adviento...2o. movimiento: CONVERSION




Adviento y Navidad son como dos flechas que nos dicen: ¡Hay que mirar a Dios!: en Adviento como quien lo espera y en Navidad como quien lo recibe. Pero para mirar a Dios es necesario cambiar, pues no podemos mirar a Dios si no trabajamos por purificarnos de nuestros egoísmos, nuestras perezas, si no combatimos contra aquella parte de nosotros que no nos hace mejores personas. Cada temporada de Adviento nos pide trabajar en una autentica y renovada conversión a Jesús, el único salvador del mundo: las vestiduras moradas de los sacerdotes en este tiempo nos lo recuerdan.
En cada uno de nosotros se lleva a cabo una lucha constante: La lucha por lo mejor. Una lucha que nos invita a purificarnos continuamente. En cada uno de nosotros se libra siempre un combate entre el desierto y el jardín, entre el pecado que aridece la tierra y la gracia que la irriga para que produzca frutos abundantes de santidad, es decir de mayor presencia del bien y de Dios en nosotros. 
En la medida de nuestra capacidad y disponibilidad, usando nuestra libertad, tenemos que ir purificando y transformando poco a poco los pensamientos y los afectos, la mentalidad y  comportamientos, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida.  Vivir el Adviento invita a un cambio interior, a partir del reconocimiento y de la confesión de las propias fragilidades, que a veces también son pecados. Prepararse a la Navidad pide que entremos en nosotros mismos y hagamos un examen sincero de nuestra vida, iluminados por la luz que proviene de Belén donde nace Dios: a él hay que abrirle la puerta, a él hay que prepararle el camino.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Adviento... Tiempo de luz



El Adviento tiene mucho de luz: la luz de la corona, las luces que adornan las calles. Hemos de tener conciencia de hay una luz, la más importante, que solamente puede seguir brillando si es sostenida por aquellos que, por ser cristianos, continúan a través de los tiempos la obra de Cristo. La luz de Cristo quiere iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos nosotros; su presencia ha de seguir creciendo por medio de nosotros. Cada vez que decimos a nuestros hijos “Es que en navidad nace Jesús”, debemos recordar que el inicio que se produjo en Belén ha de ser un inicio permanente, que aquella noche santa vuelve a hacerse presente cada vez que un hombre permite que la luz del bien haga desaparecer en él las tinieblas del egoísmo. El niño-Dios nace donde se actúa y se vive por el amor del Señor, donde se hace algo más que intercambiar regalos. Tal vez las canciones navideñas, que oímos de nuevo en estas fechas, puedan ser avisos luminosos que nos muestren el camino y nos permitan reconocer que hay una promesa más grande que la del comprar, y gozar sin freno.
Prepararse a la Navidad significa ponerse en pie, despertar, sacudirse del sueño. Despertarse del sueño significa sublevarse contra el conformismo del mundo y de nuestra época. Sacudirnos con valor del sueño que nos invita a olvidarnos de la verdad de nuestro corazón y de nuestras mejor posibilidades. En sus cartas San Pablo nos deja una imagen del mundo pagano en general que, viviendo de espaldas a la verdadera vocación humana, se hunde en lo material. ¿No debemos reconocer en lo que describe Pablo a nuestro paganizado presente?  Estar despiertos para Dios y para los demás hombres: he ahí el tipo de vigilancia a la que se refiere el Adviento, la vigilancia que descubre la luz y proporciona más claridad al mundo». 
Adviento implica que tu y yo no miramos solamente a lo que ya ha pasado, sino también a lo que está por venir. En medio de todas las desgracias del mundo tenemos la certeza de que la luz sigue creciendo oculta, hasta que un día el bien triunfará definitivamente: el día que Cristo vuelva. Y esta certeza nos hace libres y fuertes.

martes, 11 de diciembre de 2012

Adviento... 1er. Movimiento: mirar a Dios



Es tanta la necesidad, a veces olvidada, a veces no reconocida, que tenemos los seres humanos de experimentar los beneficios de la Navidad en nuestras vidas y es tan grande don que se nos entrega en la celebración de este tiempo, que no está fuera de lugar el preguntarnos cómo nos podemos preparar mejor para recibirlo. Nos puede venir en primer lugar a la mente la preparación exterior, llena de adornos y de bonitos símbolos. Pero esta preparación carece de sentido si se omite la preparación interior, que es la que hace auténtica y explica la otra. Para ello, podemos adoptar cuatro movimientos interiores del corazón que hagan de este tiempo un tiempo mucho más pleno. Hoy les propongo el primero: Mirar a Dios.
El Adviento y la Navidad reclaman de modo muy particular orientar nuestra mirada en una dirección diferente. Nos piden mirar a Dios. El mundo que nos rodea nos presenta un panorama en el que la vida resulta anónima y horizontal, Dios parece ausente y el hombre se presenta como el único amo, como si él fuera el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, etc. Y luego nos puede extrañar que sintamos que por así decirlo, Dios se ha retirado, que nos ha abandonado a nosotros mismos, cuando hemos sido nosotros quienes lo hemos excluido de nuestras vidas. 
No debemos olvidar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que está proyectada hacia un «más allá», como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Cada uno de nosotros es una plantita pensante, como decía Pascal, dotados de libertad y responsabilidad. Nuestro ser no se cierra de modo egocéntrico sobre si mismo, sino que tiene a Dios como referencia, lo que implica que tenemos que rendir cuentas de cómo hemos vivido, de cómo hemos utilizado nuestras capacidades: si las hemos conservado para nosotros, o si las hemos hecho fructificar también para el bien de los demás. 
Para que nuestra vida recupere su orientación correcta, hacia el rostro de Dios, el Adviento nos recuerda que el verdadero «señor» del mundo no es el hombre, sino Dios. Nos invita a considerar que el rostro de Dios no es el rostro de un «amo», sino el de un Padre y un Amigo. La fe nos presenta ante nuestros ojos interiores esta verdadera imagen de Dios y hace cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Adviento... Tiempo de esperanza



En el tiempo anterior al nacimiento de Jesús, era muy fuerte en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que finalmente liberaría al pueblo de toda esclavitud moral y política e instauraría el reino de Dios.  También nosotros esperamos algo o alguien que solucione o cambie nuestras vidas. El tema de la «espera» es un aspecto profundamente humano, en el que aquello que esperamos se convierte, por decirlo así, en un todo con nuestra vida y nuestro corazón. La espera, el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente, en lo profundo de nuestro ser. Pensemos, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; en la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del resultado de un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la aceptación de un perdón...  Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza.  
Por otra parte la grandeza del ser humano se reconoce por aquello que espera: nuestra «estatura» moral y espiritual se puede medir  por aquello en lo que esperamos.  En este tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: ¿yo qué espero? En este momento de mi vida, podemos cuestionarnos ¿a qué tiende mi corazón? esta misma pregunta se puede formular a nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones?, ¿qué tienen en común? y de este modo se nos manifiesta nuestra grandeza. Quien espera lo que es importante (no necesariamente según criterios de revistas y periódicos) esta en el camino para alcanzar algo que merece la pena para su vida.
¿Qué esperamos en este Adviento?  responder a esta pregunta nos hace vivos y nos llena de un sentido para seguir adelante.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Adviento... Con la voz de Juan el Bautista



Todos los segundos domingos de Adviento  nos presentan la figura de san Juan Bautista, citando, de un modo o de otro, una célebre profecía de Isaías (p.ej. cf. 40, 3). Juan vivió retirado en el desierto de Judea y, con su predicación, llamó al pueblo a convertirse, para estar preparado para la inminente venida del Mesías. La figura del Bautista es la de un heraldo del nuevo amanecer que «predica la recta fe y las obras buenas... para que la fuerza de la gracia penetre, la luz de la verdad resplandezca, los caminos hacia Dios se enderecen y nazcan en el corazón pensamientos honestos tras la escucha de la Palabra que guía hacia el bien» (San Gregorio Magno). Juan Bautista es el precursor de Jesús, lo que le sitúa entre la Antigua y la Nueva Alianza, es como una estrella que precede la salida del Sol, de Cristo, es decir, de Aquel sobre el cual —según otra profecía de Isaías— «reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor» (Is 11, 2). Juan Bautista nos recuerda que «nuestra salvación se basa en una venida decidida por la libertad de Dios. La liturgia, al poner esta figura imponente en el tiempo de Adviento, nos invita a escuchar la voz de Dios. 
Hoy la voz de Dios resuena en el desierto del mundo a través de las Sagradas Escrituras y del testimonio de vida de tantos hombres y mujeres de vida autentica que se convierten en instrumentos para que nosotros seamos iluminados por la Palabra divina. Juan Bautista y todos los que hoy "ocupan" su lugar nos hacen ver que se nos propone un anuncio de cambio de vida, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza» (Rm 15, 4). Nuestra respuesta consiste en acoger a Aquel que se acerca a cada uno de nosotros en nuestras alegrías y penas, en nuestros conocimientos claros y en nuestras dudas y tentaciones, en definitiva en todo lo que constituye nuestra naturaleza y nuestra vida» (Romano Guardini).

viernes, 7 de diciembre de 2012

Adviento... Un anhelo que se busca llenar




El Adviento y la Navidad han experimentado un incremento de su aspecto externo y festivo profano tal que, en los corazones "llenos" de tanto vacío surge una aspiración a un Adviento auténtico,  pues la insuficiencia de ese ánimo festivo por sí sólo para el corazón humano, así como la meta a la que tienden nuestras aspiraciones, se transforman en la búsqueda de un alimento fuerte y consistente para nuestra dimensión espiritual. Anhelamos un "alimento" sólido que buscamos detrás de las palabras FELIZ NAVIDAD, palabras piadosas con que nos felicitamos las pascuas y que reflejan nuestros deseos interiores.
Si aprovechamos bien la palabra «Adviento»  y partimos de que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa «llegada», y en la antigüedad se usaba para designar la llegada de un rey, tenemos que el Adviento significa la presencia Dios mismo. La palabra Adviento nos recuerda dos cosas:
  • primero, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, de una manera oculta;
  • segundo, que esa presencia de Dios está en proceso de crecimiento y maduración.
¿Cómo sucede esto? Su presencia ya ha comenzado, y somos nosotros, los creyentes, quienes hemos de hacerlo presente en el mundo. Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como él quiere hacer brillar la luz continuamente en la noche del mundo. 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Adviento... Encontrar un sentido que nos abra los ojos



Hasta hace poco, ante las preguntas fundamentales sobre el ser humano, sobre su destino, sobre el sentido de su vida era fácil tener respuestas, porque la cultura que nos rodeaba nos las daba. Hoy nos damos cuenta de que no es así. Todavía podemos pensar que todos damos como obvio que quienes nos rodean tienen claro qué es lo que se vive en la Navidad, como si siguiera siendo un patrimonio común de quienes nos rodean: personas y estructuras. Pero no es así. De hecho, este presupuesto, -que todos tenemos claro el sentido de la Navidad- no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado, o convertido en motivo de burla e indiferencia. Cuando nosotros crecimos era posible reconocer un tejido cultural unitario, que sabía qué era la Navidad y el sentido de la Encarnación de Cristo, sus consecuencias y riquezas, los valores que daba a nuestra vida personal y social. Pero hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas, a causa de una profunda ignorancia del contenido de los eventos que celebramos. El problema es que una crisis de fe que acaba siendo una profunda crisis de vida y del sentido de la misma.
Tenemos que volver a tomar conciencia de que si algo necesita el mundo de hoy, nuestro entorno, nosotros mismos, es volver a encontrarnos con Jesucristo, volver a redescubrir el camino de una fe capaz de iluminar de manera nuestro camino, es necesario abrillantar el sentido que da el encuentro con Cristo, la amistad con el Hijo de Dios, el que nos da la vida, y la vida en plenitud, el único que nos rescata del desierto.
Y esto no vale solo para nosotros que nos decimos cristianos. Esto vale también muchas personas en nuestro contexto cultural, que, aunque no reconocen en ellos el don de la fe, o la viven de modo parcial, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda sincera llevará a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios, porque cada ser humano lleva inscrita la exigencia de encontrar «lo que vale y permanece siempre». Este anhelo de algo permanente empuja a ponerse en camino para encontrar a Aquel que nos llama desde su venida hace dos mil años en la gruta de Belén. Necesitamos una fe que cada año vuelva a invitarnos a abrirnos totalmente a este encuentro. Necesitamos una fe que nos permita abrir los ojos a ese evento que transformó la historia humana.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Adviento ... ¿Qué necesitamos en Navidad?



En estos días con frecuencia aparece en nuestras bocas el decir: tengo que… no estaría mal que nos preguntáramos que es lo que en verdad tenemos que… y si eso que tenemos que… merece la pena. ¿Qué es lo que de verdad tenemos que…? ¿Qué es lo que de verdad necesitamos?
Quizá para saber qué necesitamos no tenemos que mirar tanto en nuestros closets o en nuestros espacios, sino mirar un poco más en nuestro corazón. Cuando abrimos los periódicos, cuando nos quedamos solos en la noche, cuando miramos a la gente que pasa a nuestro alrededor, cuando miramos nuestros espejos. Cada uno de nosotros, al acercarse la Navidad, puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse a un pozo de agua fresca para saciar la sed causada por el caminar en los desiertos diarios.
Lo que de verdad necesitamos es encontrar la alegría del amor en medio de tanta tristeza por amores que nos decepcionan. Necesitamos hallar una respuesta que dé sentido al drama del sufrimiento y el dolor no solo de la humanidad en general, sino de mis vivencias cotidianas. Necesitamos ver de dónde sacamos la fuerza del perdón ante las ofensas recibidas y de donde sacamos la fuerza para no ser nosotros mismos generadores de ofensas a los demás, o a nuestra propia vida. Necesitamos tener la certeza de que, en el transcurrir de la vida, no nos dirigimos hacia un vacío, sino necesitamos poseer la seguridad de que todo, en algún sitio, tiene la plenitud que aquí no hallamos. El lugar donde encontramos lo que buscamos no tiene ubicación geográfica. Es una persona, la persona de Jesús, quien, en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana, transforma nuestra búsqueda en encuentro, encuentro personal, encuentro de paz, encuentro que transforma.

martes, 4 de diciembre de 2012

Adviento... Las capas de la Navidad: toques culturales



Además del consumismo, hay otras capas que cubren nuestra Navidad, capas que son fruto de algunas culturas con las que el misterio de Cristo presente entre nosotros ha entrado en contacto: siempre es bueno recordarlas para saber por qué hacemos las cosas, pero sobre todo para darles el adecuado lugar en nuestras vidas.
Así, por ejemplo, a nosotros se nos hace rara una Navidad sin nieve, sin embargo, las escenas navideñas no tienen nieve hasta la cristianización de los países del norte de Europa, ya que en la tierra de Jesús hay nieve pero es rara y escasa. Otro símbolo navideño que nace del influjo de los pueblos nórdicos de Europa es el árbol navideño que nace de la admiración de estos pueblos a su verdor en medio de la muerte invernal. Los misioneros cristianos le dieron un significado diferente haciéndole significar la persona misma de Jesús que vive entre nosotros. Los adornos… son eso, adornos que se han ido añadiendo a lo largo de los siglos. Hoy nosotros le podemos dar un significado que se nos hace bonito, pero si lo queremos mantener como algo cristiano, recordemos tres elementos fundamentales: la estrella que recuerda la que guía a los magos, las esferas que recuerdas los frutos que nos trae el nacimiento de Cristo y la cinta que lo envuelve, como nos envuelve a nosotros el amor de Dios. 
También del norte de Europa nos viene Santa Claus, en cuya figura se mezclan varios personajes: por un lado, es el Papá Navidad de los pueblos germanos. Por otro, está la figura cristiana de San Nicolás de Mira, un santo que vive en el siglo IV y que es mártir de Cristo, además de ser conocido por su generosidad con los pobres. La mezcla de ambos nos da el nombre tomado del santo cristiano y la figura tomada del personaje pagano. Sin embargo, hay que decir que el moderno Santa Claus es una deformación tal, que es prácticamente irreconocible su sentido espiritual invitando a comprar a la puerta de los grandes almacenes .
Podríamos decir muchas más cosas pero estas nos bastan para considerar que podemos poner la navidad en cosas que no son tan esenciales.  En estos días, con frecuencia, aparecerá en nuestras bocas el decir: "tengo que…" no estaría mal que nos preguntáramos qué es lo que en verdad "tenemos que…" y si eso que "tenemos que…" merece la pena. ¿Qué es lo que de verdad "tenemos que…?" ¿Qué es lo que de verdad necesitamos?

lunes, 3 de diciembre de 2012

Adviento... las capas de la Navidad: el consumo




¿Qué celebramos en Navidad? A veces ni lo sabemos, a veces solo celebramos el consumo y la convivencia. Otras veces lo que celebramos es un difuso y acaramelado buen espíritu que no sabemos ni siquiera definir. Otras veces lo que celebramos es el anhelo de una familia unida, feliz, armoniosa, que con frecuencia se queda en eso, en un simple anhelo. Quizá se nos ha olvidado lo que se celebra en Navidad. La Navidad tiene tantas capas puestas encima que ya no vemos el sentido de lo que celebramos. ¿Cuáles son estas capas?
La historia de las celebraciones no es algo que se queda del mismo modo de una vez y para siempre, sino que, en algunos aspectos, es fruto de la fusión con aquellas culturas o realidades con las que entra en contacto. Pero también sucede que las celebraciones se pueden desfigurar. De pronto, a una celebración no solo se le suma una cultura, sino que se le suman otro tipo de intereses que ,muchas veces, se presentan como elementos de solución de problemas, pero que terminan metiéndonos en otros problemas más grandes.
Esto pasa con la Navidad. Si analizamos un poco su historia, nos damos cuenta de que la Navidad pasa de ser un evento profundo de gozo, alegría, adoración, esperanza, a un evento que se presenta desencarnado. Es como si comparamos un muerto con un vivo. El muerto tiene todo lo que tiene el vivo, menos alma. El origen de la Navidad es la celebración de la presencia de Cristo entre nosotros, como un evento de salvación. Pero lo hemos ido haciendo y aceptando como un evento del consumo entre nosotros, como un evento del tormento de tener que comprar cosas.
Hay una capa muy clara sobre toda la Navidad en nuestra cultura moderna: la capa del consumo: Creo que esto todos lo vemos con claridad. Cada año nos volvemos a poner en guardia contra el exceso de consumo comercial en estos días y cada año volvemos a arrepentirnos de hacer muchos consumos en modos equivocados. Alguien ha llamado a este tiempo "el momento religioso del capitalismo". Sin embargo, el peligro real no es consumir mucho. El peligro real es de tipo espiritual: le damos tanta importancia a lo material que se nos presenta como algo bueno, que nos olvidamos del BUENO que se hace presencia material entre nosotros por su humanidad redentora. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Adviento... El contexto de la navidad: qué celebramos?











Qué celebramos en la Navidad

Cada año, cuando llega esta época, todos queremos prepararnos para la Navidad. Anhelamos vivir mejor el Adviento y llegar mejor preparados a la Navidad. Sin embargo, nos sucede que parecería que, en vez de prepararnos, lo que hacemos es alejarnos de la preparación de la Navidad. Recientemente leía un artículo que invitaba a no comprar nada hasta que llegase el 2013, como una especie de protesta por todo lo que se abusa en estos días con las compras de mil cosas que en realidad no necesitamos. 
Seguro que a todos nos ha pasado que, de pronto, nos detenemos a pensar si todo tiene sentido, el tráfico, el estrés, el gasto, el atasco, el exceso de comida y bebida. Como que al final, el vacío es grande y, como que al final, lo que queremos es que pasen esos días, cuando no lo que buscamos es adelantar lo más posible la fecha en la que nos podemos alejar de todo esto.
En el fondo lo que pasa es que nos hemos olvidado de celebrar lo que se celebra en Navidad y nos hemos quedado en cumplir con los así llamados compromisos navideños. La falta de respuesta adecuada a la pregunta por el sentido de lo que hacemos, es lo que hace que ya no tengamos claro qué es lo que estamos haciendo.