sábado, 22 de diciembre de 2012

Adviento...UN NACIMIENTO QUE "DA VIDA"



Cada vez que vemos un nacimiento, nos podemos quedar en la lindura de las figurillas que lo componen, o en la anécdota de este o de aquel personaje. El Papa San Sixto III, en el siglo V d.C. celebraba la Navidad con representaciones del nacimiento de Cristo en una gruta semejante a la de Belén, que él mismo había mandado construir en una Iglesia. Sin embargo, se considera a San Francisco de Asís como el creador de los nacimientos. En 1223, San Francisco quiso celebrar una “Noche Buena” en la que se reviviera el recuerdo de Jesús nacido en Belén. Para que todos pudieran comprender mejor las condiciones en las que sucedió, puso un Nacimiento en Greccio con personas y animales vivos. Con el paso del tiempo, se sustituyeron las personas y animales con figuras de madera o de barro. Esta tradición fue acogida con gran cariño y se ha extendido gracias a los franciscanos por todo el mundo desde el siglo XVI. 
El nacimiento con sus figuras es un ejemplo lo que implica la venida de Jesús. Después de haberse encontrado con el Niño Dios, todos tienen que regresar a su vida cotidiana. José y María tuvieron que cuidar del niño y hacer su vida cotidiana, los pastores debieron volver a sus rebaños, los magos tomaron camino de nuevo hacia sus tierras. Sin embargo, aunque todo seguía igual, algo había cambiado. Todos los personajes que están alrededor del niño en el nacimiento,  siguen su vida con un contenido nuevo. Nada cambia y todo cambia cuando se ha hecho un encuentro vivo con Jesús. Cambia el interior, cambia el sentido de la vida, y el testimonio que se debe dar.  La coherencia, que no significa la perfección sino la lucha diaria, es el fruto del encuentro con una persona nueva que ha venido a dar un sentido más rico a nuestra vida. 
Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí, desde el portal de Belén, a los hombres de cada generación, a un compromiso más convencido, en favor de acciones que permitan a sus contemporáneos redescubrir la alegría de creer y de volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. Este compromiso saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor divino que tenemos por cierto que nunca puede faltar. En la vida diaria podemos hacer presente la experiencia de Jesús que nos ensancha el corazón por la esperanza y nos impulsa a dar testimonio fecundo. Este testimonio, sobre todo, ha de hacerse congruencia, acción y presencia. Congruencia, en el esfuerzo por hacer mas auténtica la identidad entre nuestros valores, nuestra fe, nuestro amor y nuestra vida. Acción, buscando los modos en que podemos extender el reino de amor que Jesús vino a traer en Belén, con obras concretas que mejoren nuestro entorno. Presencia, procurando participar con una vida más dinámica en la Iglesia, en la sociedad y en nuestras familias, para que la ley que nos rige no sea nuestra omisión, sino la participación, que nace del amor recibido.

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