martes, 11 de diciembre de 2012

Adviento... 1er. Movimiento: mirar a Dios



Es tanta la necesidad, a veces olvidada, a veces no reconocida, que tenemos los seres humanos de experimentar los beneficios de la Navidad en nuestras vidas y es tan grande don que se nos entrega en la celebración de este tiempo, que no está fuera de lugar el preguntarnos cómo nos podemos preparar mejor para recibirlo. Nos puede venir en primer lugar a la mente la preparación exterior, llena de adornos y de bonitos símbolos. Pero esta preparación carece de sentido si se omite la preparación interior, que es la que hace auténtica y explica la otra. Para ello, podemos adoptar cuatro movimientos interiores del corazón que hagan de este tiempo un tiempo mucho más pleno. Hoy les propongo el primero: Mirar a Dios.
El Adviento y la Navidad reclaman de modo muy particular orientar nuestra mirada en una dirección diferente. Nos piden mirar a Dios. El mundo que nos rodea nos presenta un panorama en el que la vida resulta anónima y horizontal, Dios parece ausente y el hombre se presenta como el único amo, como si él fuera el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, etc. Y luego nos puede extrañar que sintamos que por así decirlo, Dios se ha retirado, que nos ha abandonado a nosotros mismos, cuando hemos sido nosotros quienes lo hemos excluido de nuestras vidas. 
No debemos olvidar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que está proyectada hacia un «más allá», como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Cada uno de nosotros es una plantita pensante, como decía Pascal, dotados de libertad y responsabilidad. Nuestro ser no se cierra de modo egocéntrico sobre si mismo, sino que tiene a Dios como referencia, lo que implica que tenemos que rendir cuentas de cómo hemos vivido, de cómo hemos utilizado nuestras capacidades: si las hemos conservado para nosotros, o si las hemos hecho fructificar también para el bien de los demás. 
Para que nuestra vida recupere su orientación correcta, hacia el rostro de Dios, el Adviento nos recuerda que el verdadero «señor» del mundo no es el hombre, sino Dios. Nos invita a considerar que el rostro de Dios no es el rostro de un «amo», sino el de un Padre y un Amigo. La fe nos presenta ante nuestros ojos interiores esta verdadera imagen de Dios y hace cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.

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