viernes, 21 de diciembre de 2012

Adviento... UN ARBOL QUE "AMA"



El árbol de Navidad es el símbolo de la vida que no muere en medio del invierno. Los antiguos germanos creían que el mundo y todos los astros estaban sostenidos de las ramas de un árbol gigantesco llamado el “divino Idrasil” o el “dios Odín”. En cada solsticio de invierno, le rendían un culto especial. La celebración consistía en adornar un encino con antorchas que representaban a las estrellas, la luna y el sol. En torno a este árbol, bailaban y cantaban adorando a su dios. San Bonifacio, evangelizador de Alemania, derribó el árbol que representaba al dios Odín, y en el mismo lugar plantó un pino, símbolo del amor perenne de Dios y lo adornó con manzanas y velas, dándole un simbolismo cristiano: las manzanas representaban las tentaciones y los pecados de los hombres; las velas representaban a Cristo, luz del mundo y la gracia que reciben los que aceptan a Jesús como Salvador. El árbol de la Navidad se nos presenta cargado de esferas, como símbolos de los frutos que vida de Dios viene a dar a cada ser humano. La tradición fue evolucionando: se cambiaron las manzanas por esferas y las velas por focos. Esas esferas nos recuerdan que los frutos de la vida provienen del amor de Dios, un amor que tiene que hacerse real también en nuestras vidas. Cada uno de nosotros tiene que poner en práctica el amor que se ha recibido. 
En la punta del árbol de navidad se pone una estrella, lo que representa la fe en Cristo que debe guiar nuestras vidas. También se adorna con figuras que representan las buenas acciones y sacrificios, los “regalos” que le daremos a Jesús en la Navidad. Todo esto es señal de un amor que tiene que envolver todo el árbol. Así es el amor. Envuelve todo e ilumina todo. Porque la fe sin la caridad, no da fruto, y la caridad, sin fe, sería un sentimiento vago que se vería constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En este tiempo del año y durante toda la vida, la caridad tiene que vivirse de modo especial con quien está solo, marginado o excluido, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo que nos invita a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros, por medio de nuestra solidaridad que lo socorre cada vez que el Hijo de Dios se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. 

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