sábado, 15 de diciembre de 2012

Adviento...3er movimiento: tiempo de alegría



La alegría es el fruto de la paz del corazón. Y la paz del corazón solo es posible cuando el ser humano tiene la certeza de estar siendo más fuerte que las propias debilidades. La alegría no nace de la ausencia de problemas: la alegría verdadera que vemos en la familia de Jesús, en los pastores, proviene del amor mutuo, de la ayuda reciproca y sobre todo de la certeza de que en su historia está la obra Dios, que se ha hecho presente en el niño Jesús. 
La verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero. La verdadera alegría no es fruto del divertirse, entendido en el sentido etimológico de la palabra "di-vertere", es decir, desentenderse de los compromisos de la vida y de sus responsabilidades. La verdadera alegría está vinculada a algo muy profundo. La alegría verdadera está vinculada a la relación con Dios, es, por tanto, un don que nace del encuentro con la persona viva de Jesús, de la disposición a hacerle espacio en nosotros. 
La verdadera alegría consiste en sentir que el misterio del amor de Dios, esta presente y da plenitud a nuestra existencia personal y comunitaria.  Quien ha encontrado a Cristo en su propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación le pueden quitar. Para alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino sobre todo, amor y verdad: necesitamos al Dios cercano que calienta nuestro corazón y responde a nuestros anhelos más profundos. El Niño, que ponemos en el portal o en la cueva, es el centro de la alegría porque es el corazón del mundo.

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